Desde hace muchos años atrás he estado muy
interesado por los temas de la metafísica, la meditación, y bueno en
general por los temas espirituales. He leído sobre estos asuntos y dado
algunas conferencias y seminarios al respecto. Pero lo que me interesó
en los últimos tiempos fueron los textos de Carlos Castaneda, allí
encontré no solamente unavisión nueva de esos temas sino que encontré
una guía y por qué no decirlo, un
camino. Desde entonces he trabajado con la Tensegridad, la
recapitulación, el ensueño, practicando el acecho y todos los puntos que
nos explica “Don Juan” a través de su discípulo “Carlitos”. Pero creo
que de los factores más difíciles a lograr son el “silencio y ver
energía directamente tal y como fluye en el universo”, según ellos nos
explican de acuerdo a su experiencia personal. Debo decir que he logrado
alcanzar algunas percepciones y ver mis manos en el sueño y sobre todo
veo el mundo de una manera diferente al igual que las personas. Pero fue
mi encuentro con el yagé lo que me dio la posibilidad de “ver” energía y
descubrir un universo vivo en movimiento con unos matices que resultan
inexplicables en el mundo cotidiano. Pero en mi caso no fue fácil.
Alguien me contactó con un taita (chamán) del Putumayo (departamento de
Colombia) y fuimos a esa primera experiencia obviamente con la ansiedad,
el deseo y la expectativa de este encuentro nuevo. Y por supuesto, para
mí fue el primer fracaso. Sólo sentí un poco de mareo y luego vómito
pero no pasó nada más. Algunos de mis compañeros de toma tuvieron
experiencias y vieron cosas relacionadas con su vida personal, pero yo
no vi nada. Con la frustración pertinente me resigné como corresponde y
bueno ya vendrá una segunda oportunidad. Pasaron meses y se dio esa
nueva posibilidad. La verdad no se si esta vez fue peor que la primera,
ya que mis compañeros vieron energía y experiencias relativas a sus
vidas y yo absolutamente nada, excepto por el mareo y el vómito. Después
de la tercera toma estuve muy triste porque ya no me parecía normal que
otros pudieran ver cosas y yo nada. Total que pasó la cuarta y sucedió
lo mismo. Pero no me rendí. Llegó la quinta y como ya me había resignado
a que no me pasaba nada, llegué un tanto despreocupado, casi
indiferente y no le di tanta importancia, hice la toma y me aislé lo que
más pude del grupo y todo comenzó como en las anteriores, mareo y algo
de náusea, pasaron tal vez unas dos horas y el malestar en todo el
cuerpo aumentó, me preocupó un poco porque pensé que me había enfermado,
me pareció un tiempo muy largo, con mucha desazón y desespero. De
pronto, sin previo aviso, todo se silenció. Quedó todo en perfecta calma
y armonía. Miré hacia el cielo y vi que las estrellas ya no estaban tan
lejos y me vi en medio de una cápsula gigante lleno de estrellas y una
serie de filamentos luminosos que formaban un entretejido entre ellas.
Había un movimiento rítmico y lento, se me antojó por un momento que ese
universo era algo pegajoso, gelatinoso. No tuve ningún pensamiento, o
mejor, no podía pensar, sólo podía “ver”, la percepción en ese momento
es que yo era parte intrínseca de esa maravilla. Miré hacia la tierra
(estábamos haciendo la experiencia en ese hermoso desierto de la
Tatacoa) y vi un bello tapete en forma de triángulos perfectamente
diseñados y entreverados, unos color ocre y otros verdosos que se
extendían hasta donde mi vista alcanzaba, pero este “tapete” también era
vivo, al menos así lo percibía. Enfoque mi atención en mis compañeros y
mi sorpresa fue grande, vi cosas blancas que flotaban y luego les veía
como cuerpos humanos, así se alternaba la visión una y otra vez. No supe
en qué momento me enfoqué en mi mismo y no me vi, intenté mover mis
manos para acercarlas a mis ojos, pero no vi nada. Era como si me
hubiera evaporado y solo quedara mi consciencia o mi capacidad de
percibir. Como no tenía la facultad de pensar, no supe cómo, pero
recuerdo que intenté pararme y de mi cuerpo no hubo la menor respuesta.
Estaba acostado, a veces boca arriba, a veces de lado. La visión duró,
para mi fortuna, creo que algunas horas pero todo seguía igual. No tener
pensamientos resultaba maravilloso y en ese estado de solo percepción
me habría quedado en él el resto de mi vida. Lo que me devolvió a mi
cuerpo fue un sacudón fuerte que estremeció todo mi cuerpo y vino la
consabida vomitada que me hizo expulsar todo lo que tenía y algo más. No
recobré de una la consciencia ordinaria sino que fue intermitente, una
vez veía la energía, otra vez mi cuerpo y sentía la tierra, así hasta
que pude volver a pensar, luego intenté ponerme de pie pero fue inútil.
Mi cuerpo se tardó su buen tiempo en volver a obedecer. Desde entonces
he hecho muchas veces esos viajes hacia el silencio y cada vez me
maravilla más ese grandioso y desconcertante universo. Le tengo especial
afecto al desierto de la Tatacoa, ya que la energía y sus respectivos
“acompañantes”, son en verdad algo especial y sobre todo porque hay
lugares que no han sido afectados por la actividad y el ruido de la
civilización y modernidad actual. Es un verdadero privilegio, para los
que buscamos algo más allá.