viernes, 29 de marzo de 2013

Desde hace muchos años atrás he estado muy interesado por los temas de la metafísica, la meditación, y bueno en general por los temas espirituales. He leído sobre estos asuntos y dado algunas conferencias y seminarios al respecto. Pero lo que me interesó en los últimos tiempos fueron los textos de Carlos Castaneda, allí encontré no solamente unavisión nueva de esos temas sino que encontré una guía y por qué no decirlo, un camino. Desde entonces he trabajado con la Tensegridad, la recapitulación, el ensueño, practicando el acecho y todos los puntos que nos explica “Don Juan” a través de su discípulo “Carlitos”. Pero creo que de los factores más difíciles a lograr son el “silencio y ver energía directamente tal y como fluye en el universo”, según ellos nos explican de acuerdo a su experiencia personal. Debo decir que he logrado alcanzar algunas percepciones y ver mis manos en el sueño y sobre todo veo el mundo de una manera diferente al igual que las personas. Pero fue mi encuentro con el yagé lo que me dio la posibilidad de “ver” energía y descubrir un universo vivo en movimiento con unos matices que resultan inexplicables en el mundo cotidiano. Pero en mi caso no fue fácil. Alguien me contactó con un taita (chamán) del Putumayo (departamento de Colombia) y fuimos a esa primera experiencia obviamente con la ansiedad, el deseo y la expectativa de este encuentro nuevo. Y por supuesto, para mí fue el primer fracaso. Sólo sentí un poco de mareo y luego vómito pero no pasó nada más. Algunos de mis compañeros de toma tuvieron experiencias y vieron cosas relacionadas con su vida personal, pero yo no vi nada. Con la frustración pertinente me resigné como corresponde y bueno ya vendrá una segunda oportunidad. Pasaron meses y se dio esa nueva posibilidad. La verdad no se si esta vez fue peor que la primera, ya que mis compañeros vieron energía y experiencias relativas a sus vidas y yo absolutamente nada, excepto por el mareo y el vómito. Después de la tercera toma estuve muy triste porque ya no me parecía normal que otros pudieran ver cosas y yo nada. Total que pasó la cuarta y sucedió lo mismo. Pero no me rendí. Llegó la quinta y como ya me había resignado a que no me pasaba nada, llegué un tanto despreocupado, casi indiferente y no le di tanta importancia, hice la toma y me aislé lo que más pude del grupo y todo comenzó como en las anteriores, mareo y algo de náusea, pasaron tal vez unas dos horas y el malestar en todo el cuerpo aumentó, me preocupó un poco porque pensé que me había enfermado, me pareció un tiempo muy largo, con mucha desazón y desespero. De pronto, sin previo aviso, todo se silenció. Quedó todo en perfecta calma y armonía. Miré hacia el cielo y vi que las estrellas ya no estaban tan lejos y me vi en medio de una cápsula gigante lleno de estrellas y una serie de filamentos luminosos que formaban un entretejido entre ellas. Había un movimiento rítmico y lento, se me antojó por un momento que ese universo era algo pegajoso, gelatinoso. No tuve ningún pensamiento, o mejor, no podía pensar, sólo podía “ver”, la percepción en ese momento es que yo era parte intrínseca de esa maravilla. Miré hacia la tierra (estábamos haciendo la experiencia en ese hermoso desierto de la Tatacoa) y vi un bello tapete en forma de triángulos perfectamente diseñados y entreverados, unos color ocre y otros verdosos que se extendían hasta donde mi vista alcanzaba, pero este “tapete” también era vivo, al menos así lo percibía. Enfoque mi atención en mis compañeros y mi sorpresa fue grande, vi cosas blancas que flotaban y luego les veía como cuerpos humanos, así se alternaba la visión una y otra vez. No supe en qué momento me enfoqué en mi mismo y no me vi, intenté mover mis manos para acercarlas a mis ojos, pero no vi nada. Era como si me hubiera evaporado y solo quedara mi consciencia o mi capacidad de percibir. Como no tenía la facultad de pensar, no supe cómo, pero recuerdo que intenté pararme y de mi cuerpo no hubo la menor respuesta. Estaba acostado, a veces boca arriba, a veces de lado. La visión duró, para mi fortuna, creo que algunas horas pero todo seguía igual. No tener pensamientos resultaba maravilloso y en ese estado de solo percepción me habría quedado en él el resto de mi vida. Lo que me devolvió a mi cuerpo fue un sacudón fuerte que estremeció todo mi cuerpo y vino la consabida vomitada que me hizo expulsar todo lo que tenía y algo más. No recobré de una la consciencia ordinaria sino que fue intermitente, una vez veía la energía, otra vez mi cuerpo y sentía la tierra, así hasta que pude volver a pensar, luego intenté ponerme de pie pero fue inútil. Mi cuerpo se tardó su buen tiempo en volver a obedecer. Desde entonces he hecho muchas veces esos viajes hacia el silencio y cada vez me maravilla más ese grandioso y desconcertante universo. Le tengo especial afecto al desierto de la Tatacoa, ya que la energía y sus respectivos “acompañantes”, son en verdad algo especial y sobre todo porque hay lugares que no han sido afectados por la actividad y el ruido de la civilización y modernidad actual. Es un verdadero privilegio, para los que buscamos algo más allá.